Ataques de pánico

Hoy he vuelto a ese columpio. Pero no ha sido premeditado, quiero decir...han sido mis pasos, no yo, los que hasta allí han llegado.

En un día en que el mundo parecía tambalearse más de lo normal, me puse abrigo y pasmina como armas contra el frío. Como si en protegerme de él se me fuera la vida. Poniendo el máximo empeño en cada chorrada, exagerando mis movimientos hasta rozar la locura, me encontraba. Y de camino a la escuela no recuerdo si lloraba. Aunque, era demasiado temprano. El dolor no conoce horas amiga mía, no usa reloj.


Cuando no encuentras motivos para despertar un montón de horas se acumulan y, aliadas con minutos y segundos de horror, te sobrepasan. Te ves empujada a un vacío descontrolado, sin espacio definido, lleno de retales de sueños de niños y con frío, mucho frío.

(Y entonces abrí los ojos y estaba en el columpio.) Me he dejado caer sobre la goma negra y he enredado mis dedos en las cadenas despiertas. Pero no tenía fuerzas para el método de columpiar así que he balanceado mis rodillas y he esperado a que las lágrimas llegaran, sin más. Los barcos del puerto se movían al compás de Kate, que nuevamente ambientaba mi dramática existencia. Esta vez la canción necesitada llegó por casualidad, no fue mi intención si no el azar que ya sabía que yo quería llorar.

Al menos, pienso, te queda el iluso orgullo de saber describir diez minutos con más de una palabra, legible y tal vez sensible. Porque espero que esto haga sentir. Porque ahora parece que todo hace referencia a eso, a él o a ti. Hoy parece que todo me molesta. Es lógico, si lo piensas. Y esa voz que maltrata se hace fuerte alimentándose de mi debilidad. Y cada vez es mas complicado soñar. Y más sencillo enumerar todo lo que he perdido, todo lo que quería y no tendré.

Pero mire donde mire lo veo antinatural. Las contradicciones de mi sentir me hacen gritar, ya no me hacen gracia, me asustan. Ahora hay tantas cosas que no puedo soportar. Incluida yo misma. Ha sido tan lo que ha cambiado dentro de mi, por mucho que me empeñé en creer que sigo igual, que nada es distinto. No me ha dado tiempo a respirar. Recuerdo algo que leí sobre regalar pulmones a necesitados de aire. Yo siempre he sido una egoísta y ahora exijo que me devuelvan mis pulmones.

El mecanismo de mi yo funciona de otra manera y no tiene manual de instrucciones, o peor, lo hay pero no me lo dejan ver. De nuevo prohibiciones. Tengo frío. Siempre. Pero es un frío distinto. Los dientecitos de las ruedas, las poleas, cuerdas y manivelas están congeladas, no se mueven y es costoso de engrasar un mecanismo tal. Mis dedos se enfrían con asiduidad, el milagro de mis manos calientes nunca volverá. Quizás me esté empeñando en que suene fatal. Pero ¿Qé voy a hacer? No lo puedo evitar.

En referencia a esos dos corazones, lectores, sabed que aún sobrevuelan el mar en busca de la orilla muerta a la que aún no sé si verdaderamente pretenden rescatar.

 Nadie puede entenderlo, ni yo, ni tú, ni ellos. No me gusta. No lo quiero. ¡Dejadme ya!

Pca.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Martes diecisiete

Exigencias de sangre

Una nueva perspectiva