Té para días de lluvia

Nublado en Verano.


Sí, soy totalmente consciente de que no llueve. Al menos no de un modo palpable y físico. Hace un calor que destruye pero no brilla el sol por ningún lado.

Odio el café.
Cuando bebo té me permito desconectar unos segundos. No tiene un sabor muy concreto así que no degusto, simplemente bebo y siento cómo paro el tiempo. El hielo tintinea en el vaso mientras pienso en las doscientas cincuenta mil cosas que quiero hacer y no hice.

En un día como hoy (ayer o siempre, cuando te apetezca, nunca, cuando me lo digas, cuando tú quieras, el día que te decidas, cuando me avises, cuando menos te lo esperas...) es lo mejor, y peor, hacer nada, y hacerlo todo. Un abanico de posibilidades y cientos de planes frustrados expuestos en la vitrina de la vida, desfilan miles de tardes gloriosas tras esas insoportables mañanas pesadas.

Odio el café.
Cuando bebo té suelo cerrar los ojos e inventarme películas pegadas a mis párpados, por algunos considerados de excesivo tamaño. Imágenes se suceden y avivan mi imaginación maldita, sueños en blanco y negro de una vida a color.


Se acaba el vaso.
Vuelve el mundo.
Regreso a la vida.


Esperando al sol, Pca. 

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